La adolescencia es una etapa en la que terminan de constituirse algunas áreas psicológicas del ser humano, como son la personalidad y la identidad. Si en esta etapa, la persona desarrolla algún trastorno psicológico como puede ser un trastorno de ansiedad, un trastorno de alimentación, o un conflicto intenso con sus padres, esta dificultad podrá afectar en el sano desarrollo de lo que por su edad, tiene que constituirse a nivel psicológico.
Es común que los adolescentes lleguen a consulta cuando el conflicto o problema adquiere un nivel de gravedad alto. En ocasiones, debido al hermetismo que a veces muestran los adolescentes, es difícil para los padres darse cuenta de que su hijo no está bien y sólo pueden darse cuenta de ello cuando el problema ya ha avanzado mucho. Es importante que, en cuanto los padres se den cuenta, acudan a terapia.
También ocurre en muchas ocasiones, que es el propio adolescente el que no quiere acudir a terapia, aunque sus padres insistan.
Realmente, en la gran mayoría de los casos de chavales que acuden a terapia resistentes, cuando se encuentran con un terapeuta amable, cálido, que está ahí para ayudarle y no se sienten juzgados por él, encuentran la utilidad de acudir a terapia y abordar aquello que se lo está haciendo pasar mal.
Por lo tanto, no recomendamos esperar a ver lo que pasa, la intervención precoz, e incluso la prevención van a ayudar a que el problema no se agrave. Hay una serie de indicadores que te pueden ayudar a tomar la decisión de llevar a tu hijo adolescente a un terapeuta:
• No se relaciona con sus iguales.
• No comunica qué hace cuando sale.
• Cuenta poquísimo sobre él.
• Pasa demasiadas horas encerradas en su cuarto.
• Sólo quiere estar con adultos.
• No comer o comer con mucha ansiedad.
• Cambio brusco en los resultados académicos.
Cambios bruscos en su personalidad como enfadarse con frecuencia cuando antes no lo hacía.
• Preocupación obsesiva por algo concreto.
• Alteraciones en el sueño.
• Aislamiento excesivo.
• Baja autoestima.
• Llantos frecuentes.